“Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos
para encontrarnos"
-Julio Cortázar
I
Los ojos infinitos
Es un viernes de mayo de finales de los ochenta, y en un colegio público de la ciudad capital está por iniciar la ceremonia de conmemoración por el día de la madre. Aunque muy probablemente ninguno de quienes participaron en dicha ceremonia recuerden ese día específicamente, Arturo lo recuerda como si hubiera sido ayer.
Tiene nueve años, está en cuarto grado de primaria y ese año acaba de cambiarse de turno, por lo cual no conoce aún muy bien a sus compañeros de aula. Esa mañana estaba en formación junto a su salón y toda la sección primaria esperando el inicio de la ceremonia, al igual que muchas mamás que siguen llegando y se van ubicando en los lugares designados para ellas, esperando apreciar los diversos actos que se llevarán a cabo y en los cuales seguramente sus hijos participarán. No es el caso de Arturo, quien solo será un espectador más desde su posición al final de la fila de formación de su salón, lugar que le corresponde a los niños altos como él.
El evento inicia a las diez de la mañana con una serie de discursos, poemas, canciones y bailes presentados por cada aula, alternados con exposiciones de algunos docentes. Siendo niños de primaria, no pasa mucho tiempo para que el cansancio, el hambre y la ansiedad empiecen a causar estragos entre los alumnos incluido Arturo, que siente no poder aguantar una actuación más a pesar que aún falta algún trecho para finalizar la ceremonia. Es en ese trance cuando de pronto el maestro de ceremonia anuncia como siguiente acto una presentación de marinera norteña a cargo del cuarto grado sección “b”, que corresponde al salón de Arturo. Asaltado por la curiosidad, trata de mirar entre el enjambre de cabezas delante suyo quienes conforman la pareja de baile que va a representar a su salón. En realidad, podrían ser cualquiera y él no los conocería, pues es nuevo en su aula y tiene poco menos de dos meses de haber iniciado clases, pero ello no impide que quiera saber quiénes son esos niños que van a salir a bailar. Es entonces que aparece una pareja en el escenario, y su vida da un vuelco inesperado.
La pareja estaba conformada por un niño y una niña. Cuando Arturo vio a la niña, se enamoró casi inmediatamente de ella. Era una niña preciosa, con una mirada profunda e intimidante; tenía una contextura delgada y salió a bailar con un hermoso vestido compuesto por un faldón de vuelo ajustado a su cintura. Sostenía el borde de su faldón con una mano para bailar mientras con la otra abanicaba un pañuelo que hacía bailar con un movimiento coreográfico de su mano. Tenía un hermoso maquillaje y nunca dejó de sonreír durante todo el baile, mientras Arturo solo podía atinar a mirarla, impresionado por esa niña que en un momento había detenido su pequeño mundo de nueve años mientras ella bailaba. En su afán de verla más de cerca, no dudó en escabullirse hasta llegar al primer lugar de la fila, arrodillándose para aparentar ser más pequeño y disimular que estaba fuera de formación. Se quedó así, arrodillado hasta que el baile terminó y la pareja se despidió del escenario.
Luego de ese día, Arturo no dejaba de mirarla desde su pupitre en el salón. Quería conocerla y que ella supiera que él existe, aunque no sabía muy bien cómo lograr eso pues era muy tímido en ese entonces. Sólo sabía que se llamaba Vanessa, y aunque tuvo la oportunidad de hablarle en algunos recreos, un miedo feroz lo invadía de pronto y se replegaba, desmoralizada, a su pupitre, cómodo en la seguridad de su anonimato. Trató de buscar un momento ideal, pero éste no llegaba, hasta que el destino decidió que el momento ideal le cayera de golpe.
Ocurrió a mediados de junio, cuando Arturo observó una mañana que Vanessa entregaba unos sobres coloridos a sus amigas: Vanessa iba a cumplir años a fines de junio y sus papás decidieron celebrárselo, por lo cual le estaban organizando una fiesta y esos sobres eran invitaciones. Arturo mira desde su asiento la escena con la resignación de quien sabe que es improbable que alguna de esas invitaciones tenga su nombre. Sin embargo, en el primer recreo siente que alguien lo mira desde el otro lado del salón, y levanta la mirada con curiosidad. Es Vanessa, quien lo observa desde su asiento y cuando cruzan miradas le hace una seña para que se acerque, mientras sostiene una invitación en su mano. Arturo duda un momento, voltea para ver si no está mirando a alguien detrás de él y no equivocarse, pero finalmente se convence que es él a quien Vanessa llama y se levanta de su asiento, cruza el aula hasta ella y finalmente, tienen una conversación.
"¡Hola!” -le dice Vanessa- “va a ser mi cumpleaños, ¿quieres que te invite? si le das esta invitación al chico de allá -señalando a un niño del salón- te doy una para que también vayas. ¿Qué dices?".
Aunque podemos estar de acuerdo que no fue la forma más ortodoxa de invitarlo, acepta la propuesta. Entrega la invitación con premura y esa tarde Arturo regresa a casa con una invitación al cumpleaños de la niña de la marinera con su nombre escrito a mano por ella en su bolsillo. Se promete a si mismo que en esa fiesta tratará de ser el alma de aquella reunión, con la esperanza de despertar algún tipo de interés en la niña de los ojos infinitos. Llegado el día, Arturo se esmeró con todas las herramientas de las que disponía en ese entonces: bailó todas las canciones que pudo bailar, participó en todos los juegos que pudo participar y regresó a casa con la satisfacción de haberlo dado todo para llamar la atención de Vanessa. Sin embargo, el plan no salió como él esperaba y la vida volvió a su rutina habitual: casi no se hablaban, él la seguía mirando de reojo mientras ella no mostraba el menor interés por ser su amiga, y así llegó diciembre y acabó el cuarto grado. Luego de las vacaciones Arturo volvió al colegio para hacer el quinto grado, pero Vanessa no regresó: sus papás decidieron cambiarla de colegio y la enviaron a uno particular. Con su partida, Arturo tuvo que resignar sus sentimientos y debido a la bendecida rapidez e inocencia que te proveen los diez años de edad, continuó con su vida.
II
Andábamos sin buscarnos
Cuando Arturo pasa a quinto grado de primaria su hermano Antonio -menor que él por cuatro años- ingresa al mismo colegio al primer grado, por lo cual ambos iban y se regresaban juntos a casa, ubicada a tres cuadras del colegio.
Ocurrió que a mitad de año Antonio cayó enfermó y tuvo que ausentarse del colegio por un período prolongado de tiempo, lo que estaba ocasionando que se atrasara en las lecciones y tareas. Es entonces que la mamá de Arturo busca a alguna mamá del salón de Antonio que pueda ayudarlo para que se ponga al día en las clases. Encuentra a una mamá dispuesta a ayudarla y que además vive muy cerca. Como Antonio aún no puede salir su mamá habla con Arturo para encargarle ir dos veces por semana a la casa del compañero de clase de Antonio a pedirle sus cuadernos de trabajo y ponerse al día. Arturo no estaba muy entusiasmado de hacer esa gestión, pero la debe aceptar, aunque a regañadientes. Al menos la dirección es bastante cerca a su casa, por lo cual solo camina un par de cuadras y llega a un edificio. Toca el timbre del departamento 601 y se abre un portón eléctrico, por lo cual ingresa y sube al ascensor, sexto piso. Cuando llega a la puerta del departamento y toca el timbre hay algo que le parece familiar, pero no llega a deducir por qué. Entonces abren la puerta del departamento y Arturo queda impresionado, como si hubiera visto un fantasma. Del otro lado de la puerta, quien lo recibe tiene la misma expresión. Era Vanessa, la niña de la marinera. En ese momento Arturo recordó que estaba en el mismo edificio y departamento donde había sido la fiesta de cumpleaños de Vanessa, el año anterior.
Ambos se quedaron mirando por unos segundos, sin decir ni atinar a nada, hasta que Vanessa reacciona y atina a hacer algo: cerrar la puerta de golpe, dejando a Arturo fuera. Desconcertado y recuperado por lo que acababa de ocurrir, Arturo toca nuevamente el timbre. Tras una breve espera la puerta se abrió nuevamente pero ya no era Vanessa quien estaba del otro lado, sino el compañero de su hermano, quien resultó ser primo de Vanessa. El departamento era de la tía, y Vanessa llegaba allí diariamente del colegio al que asistía, esperando que su mamá la recoja cuando salía del trabajo. Arturo tomó apuntes de la clase y las tareas de su hermano, se despidió y regresó a casa, aturdido y extrañado con haberse encontrado con Vanessa en tan singulares circunstancias.
Luego de ese día Arturo siguió yendo a casa del compañero de Antonio a recoger cuadernos y tomar apuntes de las tareas mientras su hermano seguía convaleciente. A veces veía a Vanessa y a veces no, y las veces que ella estaba o lo saludaba escuetamente o ni siquiera salía a la sala. Cuando su hermano volvió al colegio ya no hubo necesidad de copiar tareas, pero Antonio y su compañero se habían vuelto buenos amigos por lo cual Arturo iba a veces a dejar o recoger a su hermano de casa de su amigo, pero ya no veía a Vanessa. Algunas veces en ese año y el siguiente Vanessa aparecía en el colegio de Arturo recogiendo a su hermano menor, quien -por cosas de la vida- empezó a estudiar también ahí, pero ella sólo se limitaba a quedarse en la puerta y hablar con algunas de sus excompañeras de aula. Al año siguiente Antonio fue cambiado a otro colegio, el hermano de Vanessa también fue cambiado de colegio, y con ello la posibilidad de que Arturo y Vanessa coincidan en un lugar común se desvanecieron, por lo cual esa extraña necesidad por saber de ella y esos ojos infinitos su fueron perdiendo en la memoria de Arturo.
III
Pero andábamos para encontrarnos
Han pasado algunos años y Arturo es ya un adolescente de dieciséis años, y está cursando el último año de colegio. La juventud le ha sido generosa por lo cual no ha desaprovechado la oportunidad de servirse de ella. Además del colegio comparte su vida entre su casa, la casa de una tía a la que acompaña recurrentemente y lleva ya algunos años colaborando con la parroquia de su barrio de manera permanente. Precisamente ese año le corresponde hacer el sacramento de la confirmación, por lo cual se inscribe en el programa que dura ocho meses (de abril a diciembre) y se dicta en los salones de la parroquia todos los domingos de nueve de la mañana hasta el mediodía, que ingresaban todos a escuchar misa hasta la una de la tarde. Arturo se inscribe no solo por su cercanía a la parroquia sino también porque es la oportunidad de conocer chicas. Para no sentirse solo en esa empresa Arturo convence a dos de sus amigos del colegio para que se inscriban con él, y es así como una mañana de fines de abril Arturo llega al primer domingo del programa con sus amigos e inmediatamente empieza a presentarse y hacer conversación con quienes van llegando al convento.
De todo el gentío congregado en aquella primera reunión, una chica llamó la atención de Arturo. Se acercó, se presentó y empezaron a conversar. Era una chica muy desenvuelta y en la conversación ella le cuenta, entre otras cosas, que estudia en un colegio particular y que le había gustado tanto el ambiente que iba a convencer a sus amigas del colegio para que también vinieran a hacer la confirmación con ella. Arturo, interesado por las amigas que podría traer alentó su propuesta con esmero y ella promete traerlas el domingo siguiente. Cuando llegó el siguiente domingo, y tal como lo prometió su nueva mejor amiga, llegó a la parroquia con las chicas que pudo convencer para que se inscriban. Arturo y sus amigos se acercan presurosos a saludarlas y presentarse y es entonces, cuando va a saludar y presentarse con una de ellas, que queda pasmado al igual que la chica que se disponía a saludar. Arturo tiene frente a él a Vanessa, la chica del cuarto grado, de la marinera, de los ojos infinitos.
Resultó que Vanessa era una de esas compañeras de aula de las cuales hablaba su nueva amiga y que logró convencer para traerla a hacer el programa de confirmación en la misma parroquia que Arturo, sin saber que ambos se conocían.
Arturo no podía creerlo. Seguía siendo ella, la misma niña de la que andaba enamorado, pero ya era una mujer, y una mujer guapísima con la que se vuelve a encontrar -otra vez- por una extraña casualidad. Si bien para Arturo fue emocionante verla de nuevo, ese reencuentro no pasó de las risas y la sorpresa por la casualidad del reencuentro. Pero, a diferencia del pasado, Arturo y Vanessa eran mucho más desenvueltos por lo cual no tuvieron problema en conversar aprovechando que se conocían, y empezaron a acompañarse juntos de vuelta a casa después de misa. Llegaban al edificio de la tía de Vanessa y se sentaban a conversar en las mismas escaleras que Arturo usaba años antes para subir a verla con la excusa de copiar tareas para su hermano, y en algún momento empezaron a coincidir también en días de semana y lugares comunes, y en sus conversaciones intentaban reconocerse en esos niños que alguna vez habían compartido espacio juntos sin hablarse, pero que ahora se habían convertido en dos jóvenes que, tal vez, buscaban recuperar el tiempo perdido, y casi sin proponérselo empezaron a construir una linda relación.
Llegó noviembre y faltaban un par de semanas para acabar el programa de confirmación. Arturo para ese momento se había enamorado de la chica de la marinera y decidió que esta vez no dejaría pasar la oportunidad de decírselo, aunque se jugara la posibilidad de que no fuera recíproco. Fue casi a finales de ese mes, cuando Arturo invitó a caminar a Vanessa, y a mitad del paseo detuvo su andar: se plantó frente a ella y le declaró su amor, le dijo que la quería, se acercó a ella y al no sentir rechazo, la besó. Ella lo abrazó, le dijo que sentía lo mismo, y el mundo como lo conocía Arturo se llenó de colores, como aquella vez que la vio bailar en aquel pequeño patio del colegio donde la conoció por primera vez. Acarició con ternura su mejilla, le pidió que fuese su enamorada, y ella aceptó, encantada. Arturo no podía ser más feliz, pues pensó que el destino había puesto en su camino tantas veces a esa niña de la cual se había enamorado que estaba seguro aquello era una señal de que su relación estaba destinada a ser para siempre, como siempre solemos creer a esa edad. Sin embargo, y a los pocos días de haber iniciado su relación, empezaron los problemas.
Una relación de adolescentes dependientes de sus padres a mediados de los noventa no era precisamente una empresa fácil, y el caso de Vanessa y Arturo no fue la excepción. Entre ausencias, silencios, reproches y probablemente la primera relación amorosa de ambos las cosas no funcionaron como ellos esperaban. No podían coincidir para verse, la excusa de la confirmación acabó y no le daban permiso a Vanessa para salir, se veían casi a hurtadillas porque Vanessa no les había dicho a sus papás que estaba saliendo con alguien, y en una época difícil donde la comunicación era muy limitada, ellos la hacían más difícil aún. Era evidente que Arturo tenía más disponibilidad que Vanessa, pero los problemas alrededor de ellos hicieron que todo se decantara muy rápido. Arturo veía con desilusión como se derrumbaba su relación con una rapidez que no le permitió reaccionar a tiempo, y terminó por desilusionarse más cuando Vanessa aceptó terminar la relación sin hacer el más mínimo esfuerzo por tratar de salvarla, y a poco menos de dos meses de haberla iniciado. Después de tantos años y de tantas coincidencias juntos, todo terminaba rápidamente y de manera accidentada, lo que alimentó la desilusión de Arturo y un rencor que lo acompañaría por algún tiempo. Lo curioso de todo este episodio, es que Vanessa nunca quiso terminar, pero tampoco quería mostrar su vulnerabilidad y prefirió proteger sus sentimientos y ocultarlos aún a pesar de quererlo.
IV
Una ilusión muy grande
Luego de haber terminado con Vanessa, Arturo no pudo evitar seguir viéndola de manera recurrente, pues ambos acudían al programa de jóvenes de la parroquia donde hicieron su confirmación, por lo cual ambos compartían amistades y espacios comunes los fines de semana. Si bien ambos trataban de mantener una relación cordial y un espacio prudente, de una manera o de otra siempre terminaban enfrascados en alguna discusión tonta o algún debate intrascendente. Ambos habían continuado con su vida, Arturo ya estaba saliendo con otra persona y al parecer Vanessa también, habían empezado estudios superiores, empezaron a trabajar y conocer más personas, y aún a pesar de eso seguían empeñados en hacer notar sus diferencias, en pelear y disculparse, y así fue pasando el tiempo y cada uno se fue distrayendo en su día a día con las cartas que la vida les había previsto para jugarla.
Pasados un par de años, Arturo tomó una decisión trascendental en su vida para ese momento. Siempre había sido muy cercano a la Iglesia de su barrio y tenía una fuerte amistad con los sacerdotes que allí vivían. Con el tiempo empezó a llamarle la atención la vida religiosa y pidió ingresar como postulante para ser sacerdote. Con la sorpresa de amigos y familiares, Arturo inició los preparativos para entrar al seminario en febrero del siguiente año, decidido a probar si esa era su vocación.
Cuando Vanessa se enteró lo que Arturo había decidido, quedó absolutamente sorprendida. Probablemente Arturo cambiaria su vida para siempre, y ella sintió que lo perdería. Aún estaba enamorada de él, pero no se lo dijo porque estaba aterrada de que él la rechazara después de haber terminado como terminaron años antes. Sabiendo que probablemente lo perdería para siempre, quiso verlo a solas por última vez. No sabía exactamente que quería hacer, sólo sabía que necesitaba verlo, y lo llamó. Arturo recibió la llamada con cierto escepticismo y entusiasmo, y conversaron largo rato. Antes de colgar Vanessa le pidió verlo como despedida, y Arturo accedió.
Fue una mañana cálida de febrero. No había mucho sol a pesar de la temporada, y en una vieja avenida flanqueada por frondosos árboles de flores anaranjadas cayendo sobre la calzada, dos chicos manejaban bicicleta distraídos en una amena conversación, mientras avanzaban por la vieja ciclovía hasta el final del camino. Llegaron entonces al malecón que tenía un precioso parque con vista al mar, dejaron las bicicletas y se sentaron en el pasto a continuar una conversación que parecía ninguna quería que terminara. De pronto el mundo se detenía nuevamente frente a ellos, como antes. Y como antes, el problema seguía siendo el mismo: todo era tan claro y ellos eran tan torpes, que aún podían mirarse y ver amor en sus ojos sin hacer nada al respecto. Vanessa lo amaba y la idea de perder a Arturo la desgarraba. En un momento de la conversación, de pronto, Vanessa se quebró:
-Te vas a ir, Arturo, y te voy a extrañar mucho-
- Yo también te voy a extrañar, Vanessa, aunque no sé exactamente que pensar en este mismo momento-
Arturo se quebró. Ambos derramaron unas lágrimas y se dieron un abrazo sentido, emocionado. De pronto, un sentimiento conocido, cercano, invadió a Arturo. Miró a Vanessa a los ojos con ternura, y se besaron. Se dieron un beso tan lleno de cariño que Arturo luego de ello y de dejarla en su casa aquella tarde quedo devastado. Vanessa aún lo amaba, él aún la amaba, pero sólo al final tuvieron el valor de enfrentarlo y la cobardía de no haber hecho nada. Y es que aún a pesar de lo sucedido aquel día, Arturo Estaba convencido de que debía intentar la vida religiosa. Un par de días antes de ingresar al seminario un amigo en común le hizo llegar a Arturo una carta donde Vanessa le decía que no podía creer que se fuera, que iba a ser muy difícil no tenerlo cerca, que lo iba a extrañar mucho, pero y sobre todo dejó escrito en ese papel dos palabras que nunca le quiso decir a Arturo cuando estuvieron juntos:
-"te amo"-
Arturo, a pesar del golpe, y creyendo que todo este revoltijo de sentimientos que de pronto lo habían inundado eran por la coyuntura y las cosas que se habían dicho ambos, sólo atinó a guardar aquella carta en un viejo cuaderno que se llevó al seminario, y cada tanto que se sentía solo o triste lo sacaba para leerlo, mientras se preguntaba si esto que sentía se iría con los días y las semanas, lo cual no ocurrió.
V
Un tiempo muy corto
Arturo llevaba unos meses en el seminario, lejos de casa, de sus amigos y de Vanessa. Con los meses fue viendo cosas y comprobando otras que le inclinaron a pensar seriamente que ésta no era su vocación, y a mediados de año ya tenía una duda razonable respecto a qué hacía allí. Durante esos meses y los siguientes había recibido algunas cartas de Vanessa, en un tono absolutamente amical donde le contaba algunas cosas que le pasaban en su día a día. Arturo le respondía esas cartas a través de un amigo seminarista que vivía con él y que por casualidad la veía los fines de semana en la parroquia donde Vanessa seguía asistiendo. Si bien en dichas comunicaciones nunca mencionaron su último encuentro ni la carta de Vanessa ni lo que sentían en ese momento, escribirse era una forma de saberse cerca de alguna manera.
Todos los años en el mes de noviembre la parroquia de Arturo lleva a cabo una actividad para recaudar fondos y financiar sus obras, y ese año no fue la excepción. Arturo no estaba muy animado de ir, pero sus amigos lo animan a asistir y no perderse el evento, ya que es una oportunidad para encontrarse después de mucho tiempo. Llegado el día Arturo va al evento y se reencuentra con muchos de sus amigos, y aunque lo niegue, busca a Vanessa entre los asistentes, pero no la encuentra. Ensayando un falso desinterés, pregunta por ella a uno de sus amigos quien le comenta que Vanessa no está en el público porque, dentro de los números artísticos programados para el evento, Vanessa iba a bailar marinera.
Ese extraño e impertinente sentimiento que se mantenía prendido del corazón de Arturo lo sacudió. Escuchar que bailaría lo llevó a esa mañana de mayo de hace tantos años en su colegio, a la puerta de la casa de su primo cuando iba a copiar tareas para su hermano, al domingo que esperaba a las amigas de una desconocida en el programa de confirmación. Una serie de sentimientos encontrados lo envolvieron en ese momento y sólo esperaba que salga para verla bailar y enamorarse de nuevo como antes, como siempre. Y cuando finalmente salió, el mundo nuevamente frenó de golpe. Estaba hermosa, y mientras la veía bailar recordó todas aquellas cosas por las cuales había amado -y amaba- a esa mujer, aunque no las entendiera o no las quisiera entender del todo, y volvió mágicamente a todas esas veces donde fue realmente feliz.
Cuando el baile terminó, Arturo se apartó de su grupo y se dirigió detrás del escenario para buscar a Vanessa. La ubicó en uno de los ambientes, y cuando entró y la llamó por su nombre, ella volteó a mirarlo. Solo necesitaron cruzar las miradas, y una sonrisa tierna, cómplice, contenida por el tiempo que se ausentaron de verse iluminó el espacio donde estaban. Ambos corrieron a abrazarse con fuerza, como si de ello dependiera sus vidas. Trataron de conversar rápido para ponerse al día el uno del otro y con un acierto que Arturo agradece hasta el día de hoy se lograron una foto para perennizar ese momento, una foto que Arturo guarda con inmenso cariño hasta hoy. Luego de despedirse con otro gran abrazo Arturo tuvo la certeza de que su camino no estaba sino donde estuviera ella y ese diciembre dejó el seminario.
VI
Un sentimiento muy frágil
Arturo recibió un nuevo milenio en compañía de sus amigos, y con Vanessa. Se encontraron en casa de un amigo para recibir el año nuevo, y conversaron toda la noche, sin tocar ningún tema en particular, pero felices de reencontrarse nuevamente. En aquella celebración junto a sus amigos organizaron un viaje fuera de la ciudad para la siguiente semana, a la cual se apuntaron Arturo y Vanessa. Ni bien llegaron a su destino, Arturo le pidió a Vanessa un momento a solas, y entonces aprovechó para decirle las cosas que necesitaban decirle. Trató de ser lo más sincero posible con ella y le dijo cuánto la quería, cuánto sentía el tiempo que había pasado y cuánto la había extrañado. Ella lo miró con cariño, con esos ojos infinitos, lo abrazó con inmensa ternura, cogió su rostro con sus manos y sólo le hizo una simple pero emotiva pregunta:
- ¿por qué te fuiste? -
Arturo no supo qué decir ante el cuestionamiento de Vanessa, pero tampoco importaba pues ella no esperaba una respuesta. Rodeó con sus manos su rostro y le dio un tierno beso, correspondido con entusiasmo por Arturo, quien luego se fundió con ella en un interminable abrazo que no quería que termine nunca. Arturo le pidió que fuera nuevamente su enamorada, y ella aceptó, encantada. Ese fin de semana lo pasaron juntos, poniéndose al día el uno del otro y correspondiendo con amor todo el tiempo que se habían alejado por no ser honestos consigo mismos. Luego de ello volvieron a la ciudad, con la ilusión intacta por lo que esperaban de este nuevo capítulo en sus vidas. Reiniciaban así una relación que esperó tres años para retomarse, y en esta oportunidad la realidad de cada uno era diferente a cuando se habían dejado.
Ambos le metieron mucho cariño a esta segunda etapa de sus vidas juntos; sin embargo, con el tiempo era evidente que algunas cosas no habían cambiado: Arturo era impulsivo, expresivo e inmediatista. Vanessa en cambio era más reflexiva, introvertida y extremadamente cauta. Sin embargo, a pesar que mantenían las diferencias que alguna vez los alejaron, Arturo trataba de llenarla de detalles y cariño tratando de hacerla feliz, y todo cuando compartían juntos de una manera o de otra hacía que la relación funcione. Vivieron su relación esperando que fuera para siempre, pero ello… no ocurrió.
A medida que fue pasando el tiempo se hicieron evidentes algunas diferencias que con el tiempo se hicieron cada vez más profundas. Mientras Vanessa opacaba los buenos momentos con sus propias barreras y miedos, Arturo comenzó a cansarse de luchar por un amor que no parecía correspondido -al menos para él- lo que originó que con el tiempo fuera cada vez menos empático con ella. La situación empeoró cuando al año y medio Arturo consiguió un trabajo en una empresa enorme, donde un mundo al cual no había accedido antes se abrió ante él, con sus beneficios y sus vicios. Con el tiempo Arturo se dejó deslumbrar por cosas y personas que le ofrecían un mundo diferente y satisfacciones más inmediatistas que aquellas que tenía con sus amigos y con la propia Vanessa, y en algún momento de esa exploración se dejó perder. Dos años y medio después de haberse dado una segunda oportunidad, Arturo terminó con Vanessa de manera accidentada y poco valiente, justamente cuando Vanessa más lo necesitaba y se preocupaba por él.
Luego de terminar, Arturo y Vanessa se dejaron de ver por mucho tiempo. A pesar que tenían amigos en común, no se veían pues Arturo dejó de frecuentarlos por algún tiempo y ella también. Arturo al poco tiempo inició una nueva relación, al igual que Vanessa. Años después empezarían a hablarse nuevamente mediante redes sociales de manera muy impersonal, hasta que poco a poco decidieron levantar sus banderas blancas y ser amigos nuevamente. Aunque en el fondo sabían que las cosas no podrían volver a ser iguales, escucharse o coincidir en alguna reunión fue muchas veces un antídoto al mal humor, un descanso del mundo, un momento ideal. En su nueva relación Arturo tampoco llegó a superar los tres años de relación, en esta ocasión lo dejaron a él y en el fondo sintió que era justo y que el destino le había traído el vuelto por lo mal que había terminado años antes con Vanessa. Con el tiempo intentó en nuevas relaciones encontrar cierta estabilidad en su vida sin mayor éxito, y cada tanto se preguntaba qué hubiera sido de su relación con Vanessa si no hubiera sido tan imbécil de haberla dejado por las razones incorrectas. Sin embargo, y sea el destino o sea casualidad, cada que Arturo estaba sin pareja, Vanessa estaba con alguien.
Parte VII
Una amistad muy larga
Arturo nunca tuvo el valor de arriesgarse por Vanessa, ni ella por él. Ambos siguieron con sus vidas, y aunque se llamaban y escribían con cierta frecuencia o salían a tomarse un café, Arturo fue asumiendo con el tiempo que retomar el hilo de una vida ya vivida no tenía sentido, menos aún si sólo él estaba interesado en vivirla. Por su parte, Vanessa nunca estuvo lista para decirle a Arturo lo que aún sentía a pesar que se moría por hacerlo, y ocasionó que Arturo pensara firmemente que ella no estaba ni estaría enamorada de él nuevamente. Arturo descubrió con el tiempo que ambos siempre estuvieron enamorados, y aunque tuvieron la oportunidad de decirle el uno al otro lo que realmente sentían, ninguno hizo nada más allá de algunos intentos fallidos por evidenciarse ante el otro, sin éxito. Casi nunca cuando conversaban volvieron a referirse al tiempo que estuvieron juntos, sobre todo Vanessa que limitaba su experiencia con Arturo recordándole la amistad que tenían antes, sin mencionar que fueron mucho más que eso y que, probablemente, eso era exactamente lo que los había mantenido unidos todo ese tiempo.
Arturo entendió también su propia cobardía, la que nunca dejó que mandara al diablo a todos los que le decían qué hacer, cómo hacerlo y con quien. La cobardía de las palabras a medias, de las deslealtades, de haberle fallado tantas veces, de no haber sabido sostener con acciones sus palabras, la de no enfrentar sus propios demonios por ella, la de su propia y maldita inmadurez. En una de las últimas veces que estuvieron juntos y conversando en la banca de un parque, Arturo hizo llorar a Vanessa cuando ésta le arranco a punta de honestidad la razón por la que él había terminado la relación, diez años antes: se había enamorado de otra mujer. Mientras lloraba, Arturo quiso decirle que aún la amaba, que no pasaba nunca demasiado tiempo sin que la recordara de una manera o de otra, que si le daba la oportunidad no le ofrecía retomar una vieja relación, sino hacer una nueva desde los cimientos, creando nuevos recuerdos, reconociéndose de nuevo, enamorándose el uno del otro, otra vez. Pero no lo hizo. Se fue, la dejó llorando en la banca de ese parque mientras él se iba, llorando también, convencido que esta vez, finalmente, la había perdido para siempre, y que se lo merecía ampliamente por haberle fallado. Se convenció entonces que su vida debía continuar sin ella, aunque en ello, se le fuera la vida.
Parte VIII
Colofón
Años después, Arturo se casó, pero con otra persona. Vanessa haría lo propio tiempo después. Ninguno invitó al otro al evento, obviamente. Finalmente, cada uno logró tejer la historia de su vida con los hilos que tuvo a mano para hacerlo y encontró su lugar en el mundo usando las herramientas que la vida les proveyó a cada cual, aunque no fuera estando juntos. De todas las cosas de su vida pasada que Arturo tuvo que deshacerse o dejar ir, aún conserva dentro de un pequeño libro la foto que se tomó con Vanessa cuando él aún era seminarista y se encontró con ella cuando bailó marinera. Aún mira esa foto y la ve preciosa, extraordinaria, como si aquel vestido le proveyera de una armadura que el tiempo no puede quitar. Y aún ahora, después de tantos años y tantas cosas que han pasado en su vida, cuando escucha o ve a una pareja bailando marinera se detiene, suspira largamente y sonríe; recuerda en esa música, en ese baile, a la niña de la marinera bailando en ese pequeño colegio nacional a los nueve años, y se recuerda a sí mismo peleando contra todos por llegar a la primera fila de la formación para verla, arrodillado para que no lo noten y conmovido por aquella niña que le robó el corazón de solo verla una vez. Y entonces rememora todo aquello que vivieron y que hizo de su historia una historia digna de contar, una historia en la cual, para Arturo, Vanessa siempre será, en su corazón, su novia de siempre.